Envejecer y discapacidad

Cada individuo tiene su forma particular de envejecer a través de un proceso que tiene características personales y sociales diferentes. Esta situación se produce con independencia de que una persona llegue o no, a los 65 años, con o sin discapacidad. Sin embargo, también es cierto que las diferentes discapacidades presentan rasgos propios en el proceso de envejecimiento. A ello debe añadirse la necesidad de tener presente la perspectiva de género, ya que también este constituye un elemento determinante en el proceso de envejecimiento.

Al envejecer, se manifiesta una segunda discapacidad, que supone la aparición o agravación de dependencias. Cuando se trata de enfermedades que restan autonomía, las discapacidades producidas se vienen a sumar a las ya existentes, hecho que, unido a la pérdida de capacidad de adaptación, convierte a personas de por sí frágiles en mucho más vulnerables.

Por lo general, los problemas de las personas con discapacidad física y orgánica son muy parecidos a los del resto de la población en los aspectos físicos, agravados por la incorporación de nuevas limitaciones tanto en el plano ortopédico, respiratorio y del oído, en el aspecto mental, la aparición o agravamiento de los problemas de depresión.

Entre los trastornos mentales, destacan las demencias y la depresión, aunque esta es menos habitual entre las personas mayores con discapacidad intelectual. Además, existen algunos problemas de salud que pueden ir asociados a determinados síndromes o ser una consecuencia más de la lesión cerebral que originó la discapacidad intelectual.

El envejecimiento es un problema prioritario de salud en las personas con enfermedad mental, especialmente en la generación que actualmente se acerca a la edad de 65 años. Según la OMS las enfermedades mentales, junto con las enfermedades cardiovasculares, hipertensión y enfermedades musculoesqueléticas, son las principales enfermedades crónicas que afectan a las personas mayores.

La depresión es el trastorno psiquiátrico más frecuente entre los mayores. Su presencia reduce la calidad de vida, incrementa las enfermedades físicas. La prevalencia de la enfermedad depresiva en las personas mayores de 65 años se estima que alcanza el 10-12 % de los casos, siendo aún mayor entre personas institucionalizados en residencias y en hospitalizados.

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